LIBRO SEGUNDO
¡Cantad! ¡Cantad! Repetid el himno olímpico. Cantad por segunda vez, ¡vítor Peán! (1), la presa que acosaba al fin cayó en mis redes. Que el alegre amante rodee mis sienes de verde lauro y me suba sobre el cantor de Escra y el viejo Homero. El hijo de Príamo, huyendo a toda vela de la belicosa Amiclas, quitó la esposa a su esposa, a su huésped y tal era Hipodamia, el cual, en un carro vencedor, te llevaba lejos de los confines de la patria. Joven, ¿por qué te apresuras?; tu barco navega en alta mar y el puerto al cual te conduzco está muy distante. No es suficiente que mis enseñanzas hayan hecho que se rinda en tus brazos una bella: por mi arte pudiste conseguirla y mi arte hará que puedas conservarla. No arguye menos mérito que la conquista el guardar lo conquistado: lo uno es obra del azar y lo otro consecuencia del arte. Ahora, pues, Cupido y Citeres, si alguna vez me fuisteis propicios, venid en mi ayuda; y tú, Erato, cuyo nombre quiere decir amor. Voy a exponer los medios eficaces de fijar los pasos de ese niño vagabundo que recorre por acá el vasto universo. Tiene gran ligereza y dos alas para volar; por consiguiente, es muy difícil sujetarle al freno.
Minos había pensado en todo cuanto pudiese impedir la fuga de su huésped; más éste, con sus alas, se abrió camino a través de los mares. Apenas Dédalo hubo encerrado aquel monstruo, medio hombre y medio toro, que concibiera una madre criminal, apareció al justiciero Minos y le dijo: "Espero que pongas término a mi destierro y que mi pueblo natal reciba mis cenizas, y ya que la iniquidad del destino no me permitió vivir en mi patria, séame lícito morir en ella. Si consideras mi vejez indigna de tu gracia, pon en libertad a mi hijo, y si rehusas perdonarlo, perdona al menos a su anciano padre". Así dice, y refuerza estos con otras mil razones; pero Minos permanecía inflexible, y comprendiendo la inutilidad de sus ruegos, se dijo a sí mismo: "Ahora, Dédalo, ahora se te ofrece la ocasión de acreditar tu inventiva. Minos impera en la tierra y domina sobre el mar; la tierra y el agua se oponen a nuestra fuga; mas la ruta del cielo queda libre y por ella intento abrirme camino. ¡Júpiter, poderoso, dígnate favorecer mi audaz tentativa; no me propongo escalar las celestes mansiones, pero no encuentro más que esta vía abierta a mi salvación! Si la Estigia me ofrece un pasaje, atravesaré las ondas de la Estigia; séame permitido cambiar mi propia naturaleza".
Las desgracias avivan a menudo el ingenio. ¿Quién hubiese nunca creído que el hombre llegaría a viajar por el aire? Con plumas hábilmente dispuestas, que enlaza un hilo de lino, y uniendo las extremidades con cera derretida al fuego, termina un día la artística labor. Icaro, gozoso, maneja la cera y las plumas, ignorando que fuesen las armas que habría de cargar sobre sus hombros. El padre le dijo entonces: "Con estas naves hemos de abordar la patria, y gracias a su auxilio escaparemos de la tiranía de Minos. Nos atajó todos los caminos, mas no pudo impedirnos el de los aires, y pues éste se nos permite, aprovecha mi invento para atravesarlo, pero evita aproximarte a la virgen de Tegea y a Orión, que, espada en mano, acompaña al Boyero. Mide tu vuelo por el mío; yo te precederé, y siguiéndome próximo, marcharás con seguridad bajo mi dirección. Si voláramos por el eterno elemento cerca del sol, la cera no soportaría el calor, y si con vuelo humilde nos deslizásemos hasta la superficie de las olas, las plumas, humedecidas por el agua, perderían su movilidad. Vuela entre estos dos peligros; sobre todo, hijo, teme a los vientos y deja tus alas obedezcan a su impulso". Después de darle estos avisos, adapta las alas al muchacho y le enseña a moverlas, como el ave instruye a volar a sus débiles polluelos; en seguida ajusta a sus hombros las que fabricó para sí y ensaya con timidez el vuelo por la nueva ruta. Ya dispuesto a volar abraza y besa a su hijo y las lágrimas resbalan por sus mejillas paternales. Se destacaba no lejos una colina, que sin alcanzar la altura de un monte, dominaba los campos, y desde ella se lanzaron los dos a la peligrosa evasión. Dédalo mueve las alas y no pierde de vista las de su hijo, sosteniendo la marcha con uniforme velocidad. Lo nuevo del viaje les produce indecible satisfacción y el audaz Icaro traspasa las órdenes prescritas. Un pescador les vio al tiempo que sorprendía los peces, y del asombro la flexible caña se le escapó de las manos. Ya habían dejado a la izquierda Samos y Naxos, Paros y Delos, tan amada de Febo, y a la diestra Lebintos, Calime, que sombrean los árboles, y Astipalea, ceñida de pantanos abundantes en pesca, cuando el joven, incauto y temerario con exceso, se eleva más alto en el aire y abandona a su padre; al momento se relaja el trabajón de las alas, la cera se derrite a la proximidad del sol y por más que mueve sus brazos no acierta a sostenerse en la tenue atmósfera; aterrado, desde la celeste altura pone en el mar las miradas, y el espanto que le produce cubre su rostro con un denso velo. La cera se había derretido; en vano agita los brazos. Despojado de las alas, falto de sostén, tiembla, cae, y al caer exclama: "Padre mío, me veo arrastrado": y las verdes olas ahogan sus voces lastimeras.
El infeliz padre, que ya no lo era, grita: "Icaro, Icaro, ¿por qué región del cielo caminas?". Y aún le llamaba cuando distingue las plumas sobre las ondas: la tierra recibió sus despojos y el mar todavía lleva su nombre. Minos no pudo impedir que Icaro volase, y yo me empeño en detener a un dios más voluble que loa pájaros.
Se equivoca totalmente el que recurre a las artes de las hechiceras de Hemonia, y se vale del hipomades extraído de la frente de un potro juvenil. Las hierbas de Medea y los ensalmos de los Marsos, con sus acentos mágicos, no consiguen infundir su amor. Si los encantamientos lo pudiesen crear, Medea hubiera retenido al hijo de Esón y Circe al astuto Ulises. De nada aprovecha a las jóvenes tomar filtros amorosos, que turban la razón y excitan el furor. Rechaza los artificios culpables; si quieres ser amado, se amable; la belleza del rostro o la apostura arrogante no bastan para asegurar el triunfo. Aunque fueses aquel Nireo tan celebrado por Homero, o el tierno Hilas, a quien arrebataron las culpables ráyades, si aspiras a la fidelidad de tu dueña y a no verte un día abandonado, has de juntar las dotes del alma con las gracias corporales. La belleza es un don muy frágil: disminuye con los años que pasan, y su propia duración la aniquila. No siempre florecen les violetas y los lirios abiertos, y en el tallo en que se irguió la rosa quedan las punzantes espinas. Lindo joven, un día blanquearán las canas en tus cabellos y las arrugas surcarán tus hoy frescas mejillas. Eleva tu ánimo si quieres resistir los estragos del tiempo y conserva tu belleza: es el único compañero fiel hasta el último suspiro. Aplícate al cultivo de las bellas artes y al estudio de las dos lenguas. Ulises no era hermoso, pero sí elocuente, y dos divinidades marinas sufrieron por él angustias mortales. ¡Cuántas veces Calipso se dolió viéndole apresurar la partida y quiso convencerle de que el tiempo no favorecía la navegación! Continuamente le instaba a repetir los sucesos de Troya y él sabía relatar el mismo caso con amena variedad. Un día que estaban sentados en la plaza, la hermosa Calipso le pidió que le refiriese de nuevo la trágica muerte del príncipe de Odrisis y Ulises, con una varilla delgada que al azar empuñaba, trazó en la arena el cuadro del suceso, diciéndole: "Esta es Troya (y dibujó los muros en el suelo arenoso); por ahí corre el Somois y aquí estaba mi campamento; más lejos se distingue el llano (y en seguida lo traza), que regamos con la sangre de Dolón la noche que intentó apoderarse de los caballos de Aquiles; por allí cerca se alzaban las tiendas de Reso el de Tracia, y por allí regresé yo la misma noche con los corceles robados a este príncipe". Proseguía la descripción, cuando una ola repentina destruyó el contorno de Pérgamo y el campo de Reso con su caudillo. Entonces la diosa dijo: "Ya ves, las olas que crees favorables a tu partido, cómo destruyen en un momento a hombres tan insignes".
Seas quien seas, pon una linda confianza en el prestigio de tu semblante y adórnate con prendas superiores a las del cuerpo. Una afectuosa complacencia gana a todos los corazones, y la rudeza engendra odios y guerras enconadas. Aborrecemos al buitre, que vive siempre sobre las armas, y a los lobos, siempre dispuestos a lanzarse sobre el tímido rebaño, mientras todos respetan a la golondrina, y a la paloma caolina, que habita en las torres que levantó la industria humana. Lejos de vosotros queden las querellas y expresiones ofensivas; el tierno amor se alimenta de dulces palabras. Con las reyertas, la esposa aleja de sí al marido, y el marido aparta a la mujer; obrando así creen devolverse sus mutuos agravios; esto conviene a las casadas; las riñas son el dote del matrimonio; mas en los oídos de una amiga sólo han de sonar voces lisonjeras. No os habéis reunido en el lecho por mandato de la ley; el amor desempeña con vosotros sus funciones; al acercarte a su lado, prodígale blandas caricias y dile frases conmovedoras sí quieres que se regocije en tu presencia. No es a los ricos a quienes me propongo instruir en el arte amatorio: el que da con largueza no necesita mis lecciones. Se pasa de listo el que dice cuando quiere: "Acepta este regalo", y desde luego le cedo el primer puesto; para vencer, sus dones valen más que mis consejos. Soy el poeta de los pobres porque amé siendo pobre, y como no podía brindar regalos, pagaba con mis versos.
El pobre, ame con discreción, el pobre huya de la maledicencia y soporte resignado muchas cosas que no toleran los ricos. Recuerdo que, en cierta ocasión, mesé frenético los cabellos de mi querida, y este instante de cólera lo pagué con la pérdida de días deliciosos. Ni me di cuenta, ni creo que le rompiese la túnica; pero ella lo afirmó y tuve que comprarle otra nueva. Vosotros, si sois cuerdos, evitad los desplantes en que incurrí desatinado y temed las consecuencias de mi falta. Las guerras, con los partos; con vuestras amigas vivid en paz y ayudados con los juegos y las delicias que mantienen la ilusión. Si fuese dura y un tanto esquiva a tus pretensiones, paciencia y ánimo: con el tiempo se ablandará. La rama del árbol se encorva fácilmente si la doblas poco a poco, pero se rompe si la tuerces poniendo a contribución todo tu vigor. Aprovechando el curso del agua, pasarás el río, y como te empeñes en nadar contra la corriente te verás por ella arrastrado. Con habilidad y blandura se doman los leones y tigres de Numidia, y poco a poco se somete el toro al yugo del arado. ¿Hubo criatura más selvática que Atalanta, hija de Arcadia? Pues con toda su fiereza sucumbió ante los rendimientos de un joven. ¡Cuántas veces Milanión (así se dice) lloró a la sombra de los árboles su tormento y la crueldad de la doncella! ¡Cuántas, por obedecerla, cargó sobre los hombros las engañosas redes y atravesó con los dardos al cerdoso jabalí, hasta que se sintió herido por el arco de su rival, Hileo, aunque otro arco más temible había hecho blanco en su corazón!
Yo no te mando que así armados recorras las asperezas del Ménalo, ni que lleves las redes en tus espaldas, ni que ofrezcas el pecho a las saetas dirigidas contra ti. Un mozo previsor halla suma facilidad en seguir los preceptos de mi arte. Cede a la que te resista; cediendo cantarás victoria. Arréglate de manera que hagas las imposiciones de su albedrío. ¿Reprueba ella una cosa? Repruébala tú y alábala si la alaba; lo que diga, repítelo, y niega aquello que niegue; ríete si se ríe, si llora haz saltar las lágrimas de tus ojos, y que tu semblante sea una fiel copia del suyo. Si juega, revolviendo los dados de marfil, juega tú con torpeza, y en seguida pásale la mano; si te recreas con las tabas, evítale el disgusto de perder y amáñate por que te toque siempre la fatal suerte del perro, y si os entretenéis robándoos las piezas de vidrio, deja que las tuyas caigan en poder de la parte contraria; recoge por la empuñadura la sombrilla abierta cuando haya necesidad, y si atraviesa por medio de la turba, ábrele camino; al reclinarse en el blando lecho, no descuides ofrecerle un escabel y quita o calza las sandalias a su pie delicado.
A veces, tiritando de frío tendrás que calentar su mano helada en tu seno, y aunque sea vergonzoso para un hombre libre, no te abochorne sostenerle el espejo: ella te lo agradecerá. El héroe vencedor de los monstruos, que le suscitó una madrastra, cuyo odio logró vencer; el que ganó por sus méritos el cielo que antes sostuvo en sus recias espaldas, es fama que manejaba los canastillos e hiló lana entre las doncellas de Jonia. El héroe de Tirinto obedeció los mandatos de una mujer; anda, pues, y quéjate de sufrir lo que aquél sufrió. Si te ordena presentarte en el foro, acude con antelación a la hora que te indique, siendo el último que te retires. ¿Te da una cita en cualquier otro lugar? Olvida todos los quehaceres, corre apresurado y que la turba de transeúntes no logre embarazar tus pasos. Si volviendo a casa de noche, después de un festín llama a su esclavo, ofrécele tus servicios, y si están en el campo y te escribe "ven en seguida", el amor odia la lentitud; a falta de coche, emprende a pie la caminata, y que no te retrase ni el tiempo duro, ni la ardiente canícula, ni la vía cubierta con un manto de nieve.
El amor, como la milicia, rechaza a los pusilánimes y los tímidos que no saben defender sus banderas. Las sombras de la noche, los fríos del invierno, las rutas interminables, la crueldad del dolor y toda suerte de trabajos son el premio de los que militan en su campo. ¡Qué de veces tendrás que soportar el chaparrón de las altas nubes y dormir a la intemperie sobre este duro suelo! Cuentan que Apolo apacentó en Fera las vacas de Admeto y dormía en una humilde choza. ¿Quién no resistirá lo que Apolo soportó con paciencia? No sientas orgullo ya que intentas crear con tu amada lazos que duren siempre. Si en su casa te niegan la entrada y la puerta aseguran con el cerrojo, resbálate sin miedo por el lecho o entra con disimulo por la alta ventana. Se sentirá satisfecha cuando sepa del peligro que corriste por ella, y en ese riesgo tuyo verá la más segura prueba de tu amor. Leandro, muchas veces pudiste prescindir de la compañía de Hero, empero pasabas a nado el estrecho para que supiera de tu valor y de tu ánimo.
No desprecies el pedir ayuda de las criadas, según el puesto que cada cual ocupe, y si lo crees necesario pide el favor de los siervos. Dale a cada uno su nombre, esto no te causará ningún perjuicio, y, como amante apasionado, estrecha entre las tuyas sus manos serviles. Según de la forma de que dispongas, haz algún regalo al que te lo solicite, y también a las sirvientas en el aniversario de aquel día en que, caracterizadas de matronas, burlaron y derrotaron a los soldados galos. Escúchame, recibe el favor de la plebe menuda y no eches al olvido al portero ni al vigilante de su dormitorio. No te aconsejo que des ricos presentes a tu amada, sino sencillos, y que el valor sea tu oportunidad. Siempre que la cosecha sea muy abundante y los árboles estén muy llenos de frutos, haz que tu siervo le llene en un canastillo los frutos del campo, y dile, aunque los hayas comprado en la vía Sacra, que los has cogido en un huerto cercano a la ciudad. Mándale las uvas o las castañas tan deseadas por Amarilis, aunque a las jóvenes de hoy no les agraden demasiado, y una docena de tordos o un par de palomas le darán a conocer que no puedes olvidarla. Con esos presentes se conquista también la herencia de un viejo sin descendencia; pero mala peste destruya a los que ofrecen dádivas con intenciones criminales.
¿Te aconsejaré también que escribas en tus billetes delicados versos? ¡Ay de mí! Los versos hoy disfrutan de muy poco prestigio; son alabados, eso sí, pero tienen más aceptación los magníficos regalos. Por muy rudo que sea un rico, nunca deja de agradar. Hoy se vive en el siglo del oro, y al oro se les atribuyen honores, y hasta el amor se logra a fuerza de oro. Infeliz Homero, si vinieses en compañía de las musas y con las manos vacías, serías despedido ignominiosamente. Empero, hay muy pocas mujeres ilustradas y otras que no lo son y quieren parecerlo; tanto a éstas como aquéllas, alábalas en tus versos, y, buenos o malos, dales relieve en el primer recitado; ilustradas o ignorantes seguramente considerarán como un obsequio los cantos compuestos en su honor.
Compóntelas de manera que tu amada te ruegue en cualquier ocasión aquello mismo que pensabas realizar, creyéndolo conveniente. Si has prometido poner en libertad a alguno de tus siervos, dile que vaya a interponer el favor de la señora de tus pensamientos, y al le perdonas de un castigo o le libras de encadenarle, deba a tu intersección que depongas aquello que estabas dispuesto a hacer. El honor será de tu amada, la utilidad tuya, y no te perjudicarás en que ella crea que mantiene sobre ti un dominio absoluto. Si tienes un gran interés en conservar sus relaciones, convéncela de que estás hechizado por su belleza. ¿Viste el manto de Tiro?, alaba la púrpura de Tiro. ¿Se cubre con los finos tejidos de Cos?, dile que esas telas la hacen maravillosa. ¿Se adorna con franjas de oro?, asegúrale que sus formas tienen más valor que el rico metal. Si se defiende con el abrigo de paño recio, procura estar de acuerdo con su determinación; si viste una ligera túnica, dile que así aumente tus deseos, y con suavidad dile que se preserve del frío. ¿Divide el peinado de sus cabellos?; alégrate por lo bien dispuestos. ¿Los tuerce en rizos con el hierro?; pondera sus graciosos rizos. Admira sus brazos en la danza, su voz cuando cante, y así que termine, duélete de que haya acabado tan pronto. Admitido en su tálamo, podrás venerar lo que constituye tu dicha y expresar a voces las sensaciones que te embargan, y aunque sea más fiera que la espantosa Medusa, se convertirá en dulce y tierna para su amante. Ten exquisita cautela en que tus palabras no le parezcan fingidas y el semblante contradiga tus razones; aprovecha ocultar el artificio, que una vez descubierto llena de rubor, y con justicia destruye por siempre la confianza.
Al declinar de un año abundantísimo, cuando los maduros racimos se pintan con un jugo de púrpura y el tiempo inconstante ya nos encoge con el frío, ya nos sofoca con el calor, y sus bruscas transiciones rinden el cuerpo y la languidez, ella puede rebosar de salud, más si cae enferma en el lecho y siente la maligna influencia de la estación, entonces has de patentizar tu amor y solicitud; siembra entonces para recoger después una abundante cosecha; no te enoje el fastidio que produce una larga enfermedad, rindan tus manos los servicios que ella consienta, vea las lágrimas suspensas en tus ojos y no advierta que la repugnancia te impide besar sus yertos labios y humedecerlos con tu llanto. Haz votos por su salud en alta voz, y si se ofrece la ocasión, cuéntale el sueño del feliz augurio que han tenido y ordena que una vieja purifique el dormitorio y el lecho, llevando en sus trémulas manos el azufre y los huevos de la expiación. Ella conservará un grato recuerdo de tus servicios, y con tal conducta muchos se abrieron camino para conquistar una herencia: pero evita provocar el odio de la enferma por tu excesiva oficiosidad, y guarda la justa medida en tu solícito celo.
No le impidas que coma, y si tiene que tomar una posición, que se la sirva tu rival.
El viento que hincha tus velas a la salida del puerto, no te servirá cuando navegues en alta mar. El amor débil en sus nacimientos, hecho costumbre, cobra fuerza, y si lo nutres bien, con el tiempo adquiere gran robustez. El becerrillo que acostumbres halagar con tus caricias, ya hecho toro infunde pavor; el árbol a cuya sombra descanses ahora, fue un débil plantón; el arroyuelo humilde, dilata el caudal en su curso, y por donde pasa recibe multitud de corrientes que lo transforman en río impetuoso. Que se acostumbren a tratarte, tiene gran poder el hábito, y no rehuyas penas o tedios por ganarte su voluntad. Que te vea y escuche a todas horas, y que noche y día estés presente en su imaginación. Cuando abrigues la absoluta confianza de que sólo piensa en ti, emprendes un viaje para que tu ausencia la llene de inquietud: déjala que descanse; entre los barbechos fructifican abundantes las semillas, y las áridas tierras absorben con avidez el agua de las nubes. Mientras tuvo presente a Demofón, Filida le atestiguó un amor moderado, y es que aquel se hizo a la vela, ésta se sumió en una llama voraz; el cauto Ulises atormentaba a Penélope con su ausencia, y Laodamia languidecía separada de su caro Protésilas; pero no retardes la vuelta, en obsequio a tu seguridad; el tiempo debilita los recuerdos, el ausente cae en el olvido y otro nuevo amante viene a reemplazarlo. En ausencia de Menelao, por no dormir sola, se entregó Helena a las ardientes caricias de su huésped. ¡Qué insensatez la tuya, Menelao, partir solo y dejar bajo el mismo techo a tu esposa con un extranjero! ¡Imbécil!, confías las palomas a las uñas del milano y entregas tu redil al lobo de los montes. No es culpable Helena ni su adúltero amante por hacer lo que tú, lo que otro cualquiera hubiera hecho en su lugar. Tú la indujiste al adulterio proporcionándole el sitio y la ocasión: ella es sólo responsable de seguir tus consejos. ¿Qué había de suceder, con el marido ausente, a su lado un amable extranjero y teniendo que dormir sola en el lecho vacío? Que Menelao piense lo que quiera: yo la absuelvo de responsabilidad; no pecó en aprovecharse de la complacencia de su marido.
Mas ni el feroz jabalí, cuando colérico lanza a rodar por el suelo los perros con sus colmillos fulminantes, ni la leona cuando ofrece las ubres a sus pequeñuelos cachorros, ni la violenta víbora que aplasta el pie del viajero inadvertido, son tan crueles como la mujer que sorprende una rival en el tálamo de su esposo: la rabia del alma se pinta en su faz, el hierro, la llama, todo sirve a su venganza, y depuesto el decoro. se transforma en una bacante atormentada por el dios Aonia. la bárbara Medea vengó con la muerte de sus hijos el delito de Jasón y los derechos conyugales violados. Esa golondrina que vez, fue otra cruel madrastra: mira su pecho señalado por las manchas sangrientas del crimen. Los celos rompen los más firmes lazos, las uniones venturosas, y el hombre cauto no debe provocarlos jamás. Mi censura no pretende condenarte a que te regocijes con una sola bella; líbreme los dioses; apenas las casadas pueden resistir tal obligación. Diviértete, pero cubre con un velo los hurtos que cometas y nunca te vanaglories de tus felices conquistas. No hagas a la una regalos que la otra pueda reconocer, y cambia de continuo las horas de tus citas amorosas, y para que no te sorprenda la más suspicaz en algún escondite que le sea conocido, no te reúnas con la otra a menudo en el mismo lugar. Cuando le escribas, vuelve a releer de nuevo las tablillas antes de enviárselas: muchas leen en el escrito lo que no dice realmente. Venus, ofendida, prepara con justicia las armas, devuelve los dardos que la hieren y fuerza al combatiente a soportar los males que ha ocasionado. Mientras Agamenón vivió contento con su esposa, ésta se mantuvo fiel, y sólo el ejemplo del marido la obligó a claudicar. Clitemnestra había sabido que Crises, con el ramo de laurel en la mano y en la frente las cintas sagradas, no logró rescatar a su hija; había oído hablar, ¡oh, Briseida!, del rapto que te causó tan vivos dolores y de los motivos vergonzosos que retrasaron la conclusión de la guerra. Esto lo había oído, pero cuando vio a la hija de Príamo, y al vencedor que volvía sin sonrojo hecho esclavo de su propia cautiva, entonces la hija de Tindaro acogió en su pecho y en su tálamo a Egipto, y vengó con el crimen la infidelidad de su esposo.
Si a pesar de tus preocupaciones, tus furtivas aventures llegan un día a saberse, aunque sean más claras que la luz, niégalas rotundamente y no te muestres ni más sumiso ni más amable que lo que acostumbras: estas mudanzas son señales de un ánimo culpable; pero no economices tu vigor hasta dejarla satisfecha: la paz se conquista a tal precio y así desarmarás la cólera de Venus. Habrá quien te diga que emplees hierbas nocivas, como la ajedrea o una mezcla de pimienta con semilla de la punzante ortiga, o la del rojo dragón diluida en vino añejo; todas, a mi juicio, son venenosas, y la divinidad venerada en el monte Erix, poblado de bosque, no consiente que con estas drogas se disfruten sus placeres; puedes aprovecharte del blanco bulbo que nos envía la ciudad de Megara y la hierba estimulante que crece en nuestros jardines, con los huevos, la miel del Himeto y los frutos que produce el arrogante pino.
Docta Erato: ¿a qué entretienes en discurrir sobre el arte médico? Corramos por el camino de donde nos hemos separado. Tú, que obediente a mis consejos ocultabas ayer tus infidelidades, modifica tu conducta y, por orden mía, pregona tus hurtos clandestinos. No culpes mi inconsciencia: la corva nave no obedece siempre al mismo viento, ya la impulsan las bóreas de Tracia, ya el euro; unas veces hincha las velas el céfiro y otras el noto. Mira como el conductor del carro, ora afloja las tendidas riendas, ora reprime con fogosidad la fuerza de los corceles. Sirve mal a muchas una tímida indulgencia, pues su afecto languidece si no lo reanima la sospecha de una rival; se embriaga demasiado con los prósperos sucesos y le cuesta gran trabajo sobrellevarlos con ánimo sereno. Como un fuego ligero, se extingue poco a poco por falta de alimento y desaparece envuelto por la blanca ceniza, mas, con el auxilio del azufre, vuelve a resurgir la llama que despide una blanca claridad; así, cuando el corazón languidece por exceso de seguridad indolente, necesita vivos estímulos que le devuelven la energía. Infúndele agudas sospechas, vuelve a encender de nuevo el fuego apagado y que palidezca con los indicios de tus malos pasos. ¡Oh, cien y mil veces feliz aquel de quien se querella su prenda justamente ofendida! Apenas la noticia de su infidelidad hiere sus oídos, cae desmayada y pierde al mismo tiempo el color y la voz. ¡Ojalá fuese yo la víctima a quien arrancase furiosa los cabellos y cuyas tiernas mejillas sangrasen destrozadas por sus uñas! ¡Ojalá al verme se deshiciese en llanto y me contemplase con torvas miradas, y aunque quisiera no acertase a vivir un solo momento sin mí! Si me preguntas cuánto tiempo has de conceder el desahogo de la ofendida, te aconsejaré que el menor posible, para que la dilación no avive la fuerza del resentimiento. Apresúrate a estrechar con tus brazos su marmóreo cuello y acoge en tu seno su rostro bañado en lágrimas; cúbrelas de besos y enjuágalas con los deleites de Venus; así firmarás las paces y con el rendimiento desarmarás su cólera. Si ella se desatina en extremo y te declara abiertamente la guerra, invítala a las dulzuras del lecho y allí se ablandará, allí depone sus armas la pacífica Concordia, y de allí, créeme, surge pronto el perdón. Las palomas que acaban de reñir, juntan sus picos acariciadores, y se diría que sus arrullos suenan como palabras de ternura.
Al principio, la Naturaleza era una masa confusa y sin orden, donde los astros giraban revueltos, la tierra y el mar; luego el cielo se elevó por encima de la tierra y ésta quedó rodeada por las olas del océano, y del caos tan informe surgieron los diversos elementos: las fieras empezaron a habitar los bosques, el aire se pobló de aves y la morada de los peces fueron las aguas. Entonces el género humano erraba por los desiertos campos, y la fuerza era el don más valioso de sus rudos cuerpos; las selvas les servían de cobijo; las hierbas, de comida; las hojas, de cama, y durante mucho tiempo cada cual vivía desconocido de sus semejantes. Esos instintos feroces fueron apaciguados por la voluptuosidad; la hembra y el macho, reunidos, aprendieron lo que debían hacer sin que nadie se lo enseñara, y Venus no tuvo que recurrir al arte para ver satisfecha su grata misión. El ave ama a su compañera que le llena de gozo; el pez en las aguas, llama a su hembra; la cierva sigue al ciervo, la serpiente se junta también a la serpiente, la perra se entrega al adulterio con el perro, el carnero dirige sus halagos a la oveja, la vaca y el toro se regocijan y las yeguas se sienten furiosas, y por unirse a los potros recorren grandes distancias. Valor, pues; procura emplear remedio tan eficaz en clamar el enfado de tu amada; es el único que curará su acerbo dolor; esta medicina es superior a todos los filtros de Macaón, y si con ella hubieras cometido pecado, de nuevo tendrías su perdida voluntad. Yo cantaba así. Apolo se me aparece de pronto, pulsando con sus dedos la cuerda de la lira de oro, en la mano un ramo de laurel, ceñida por una guirnalda de sus hojas la divina cabellera, y en tono profético me habla de esta suerte: "Maestro del amor juguetón, guía pronto tus discípulos a mi centro, donde se lee la inscripción conocida en todo el universo que ordena al hombre conocerse a sí mismo: el que se conozca a sí mismo, guiará con sabiduría sus pasos por la difícil senda y jamás intentará empresas que sobrepujen a sus fuerzas. Aquel a quien la Naturaleza dotó de hermosa cara, saque de ella partido; el que se distingue por el calor de la piel, reclínese enseñando los hombros; el que agrada por su trato, evite la monotonía del silencio; cante el hábil cantante, beba el bebedor infatigable; pero el orador impertinente, no interrumpa la conversación con sus discursos ni el poeta versánico se ponga a recitar sus ensayos". Así habló Febo; obedeced sus mandatos: las palabras del dios merecen la mayor confianza. Vuelvo a mi asunto: el que ame con prudencia y siga los preceptos de mi arte, saldrá victorioso y alcanzará cuanto se proponga. No siempre los surcos devuelven con usura las semillas que se les arroja, ni siempre el viento favorece la ruta de las naves. El amante tropieza en su camino más tedios que satisfacciones, y ha de preparar el ánimo a rudas pruebas. No corren tantas liebres en el monte Athos, ni vuelan tantas abejas en el Hibla, ni produce tantas olivas el árbol de Palas, ni se ven tantas conchas a orillas del mar, como penas se padecen en las contiendas amorosas: los dardos que nos hieren, están bañados de amarga hiel. Si te dicen que ha salido fuera, aunque la veas andar por casa, cree que ha salido fuera y que tus ojos te engañan. Si te ha prometido una noche y te encuentras la puerta cerrada, llévalo con paciencia y reclina tu cuerpo en el duro suelo. Tal vez alguna criada embustera pregunte con tono insolente: "¿por qué este hombre asedia nuestras puertas?" ¡Ea! dirige a ese intratable bicho frases cariñosas desde la puerta y adórnalos con las rosas que arrancaste a las guirnaldas de tu cabeza. Cuando se digne recibirte, date prisa en complacerla; si se niega, retírate: un hombre discreto, nunca es inoportuno. ¿Quieres que tu amiga pueda exclamar: "No encuentro el modo de despedirle?". Como no siempre la mujer da pruebas de buen sentido, no consideres torpe acción aguantar las injurias y si es preciso los golpes. y besar tiernamente sus lindos pies.
Mas ¿por qué me detengo en minucias insignificantes? Alcese el ánimo a mayores. Contaré grandes cosas: vulgo de los amantes, préstame dócil atención. El trabajo es arduo, pero no hay esfuerzo sin peligro y el arte que enseño se recrea en las dificultades. Tolera en calma a tu rival y acabarás triunfante en el templo del sumo Jove. Cree mis vaticinios, que no los profieren labios mortales, sino las encinas de Dódona. Mi enseñanza no conoce preceptos más sublimes. ¿Se entiende por señas con tu rival?; sopórtalo indiferente. ¿Le escribe? No te apoderes de tus tablillas, déjala ir y venir por doquiera al tenor de su capricho. Algunos maridos tienen esa complacencia con sus esposas legítimas, sobre todo, cuando el dulce sueño viene a facilitar los engaños: en este punto, lo confieso, yo no he llegado a la perfección. ¿Qué partido tomar? Los consejos que prescribo, rebasan la medida de mis fuerzas. ¿Toleraré que en mis barbas un cualquiera se entienda por gestos con mi amada, sin que estalle el volcán de mi cólera? Recuerdo que cierto día Elia recibió un beso de su marido y me quejé amargamente: tan locas eran las exigencias de mi pasión. Este decreto me perjudicó no poco en múltiples ocasiones. Es más ladino el que permite que otros se regodeen de su prenda; pero yo estimo como mejor ignorarlo todo. Déjala que oculte sus trapacerías, no sea que la obligada confesión de su culpa haga huir el rubor de su rostro. Así, jóvenes, no queráis sorprender a vuestras amigas; consentid que os engañen y que os crean convencidos con sus buenas razones. Los amantes cogidos "in fraganti", se quieren más desde que su suerte es igual, y el uno y el otro se aferran en seguir la conducta que los pierde.
Se cuenta una hazaña bien conocida en todo el Olimpo: la de Venus y Marte sorprendidos por la astucia de Vulcano. El furibundo Marte, poseído de un amor insensato hacia Venus, de guerrero terrible se convirtió en sumiso amador, y Venus, ninguna diosa es tan sensible a los ruegos, no se mostró huraña y dificultosa al número de la guerra. ¡Cuántas veces dicen que puso en ridículo la cojera de su marido y las manos callosas de andar entre el fuego y las tenazas! Delante de Marte simulaba la marcha torcida de Vulcano, y en esas burlas realzaba su hermosura con gracia sin igual. Supieron celar bien los primeros deslices, y su trato culpable aparecía lleno de verdadero pudor. Más el Sol, ¿quién puede ocultarse a sus miradas?, el Sol descubrió a Vulcano la infiel conducta de su esposa. ¡Oh, Sol, qué ejemplo diste tan vergonzoso! ¿Por qué no reclamaste el premio de tu silencio, ya que ella tenía que pagarlo? Vulcano urde en torno del lecho una red imperceptible, que desafiaba la vista más eficaz, y simula un viaje a Lemnos. Los amantes llegan a la cita, y desnudos uno y otro, y les ofrece el espectáculo de los prisioneros. Venus apenas podía contener las lágrimas; en vano intentaba taparse la cara y cubrir con las manos sus partes vergonzosas, y no faltó un chusco que dijese al tremebundo Marte: "Si te pesan esas cadenas, échalas sobre mis hombros". Obligado por las instancias de Neptuno, se resolvió Vulcano a libertar a los cautivos. Marte se retiró a Tracia y Venus a Pafos. Vulcano, ¿qué ganaste con tu estratagema? Los que antes celaban el delito, hoy obran con completa libertad y sin ningún pudor. Muchas veces habrás de arrepentirte de tu necia insensatez y de haber escuchado los gritos de la cólera. Os prohíbo estas venganzas, como os las prohíbe ejecutar la diosa que fue víctima de tales insidias. No tendáis lazos a vuestro rival ni penetréis los secretos de una misiva cuya letra os sea conocida: dejad esos derechos a los maridos, si estiman que los deben ejercer, pues a ello les autoriza el fuego y el agua de las nupcias. De nuevo os lo aseguro: aquí sólo se trata de placeres consentidos por las leyes y no asociamos a nuestros juegos a ninguna matrona.
¿Quién osará divulgar los profanos misterios de Ceres y los sacros ritos instituidos en Samotracia? Poco mérito encierra guardar silencio en lo que se nos manda, y al contrario, revelar un secreto es culpa harto grave. Con justicia, Tántalo, por la indiscreción de su lengua, no alcanza a tocar los frutos del árbol suspendidos sobre su cabeza y se ahoga en medio de las aguas. Citérea, sobre todo, recomienda velar sus misterios: os lo advierto para que ningún charlatán se acerque a su templo. Si los de Venus no se ocultan en las sagradas cestas, si el bronce no repercute con estridentes golpes y todos estamos iniciados en ellas, es a condición de no divulgarlos. La misma Venus, cuántas veces se despoja del vestido, se apresura a cubrir con la mano sus secretas perfecciones. Con frecuencia los rebaños se entregan en medio del campo a los deleites carnales; mas al verlos, la honesta doncella aparta ruborizada la vista. A nuestros hurtos convienen un tálamo oculto y una puerta cerrada, con nuestros vestidos cubrimos vergonzosas desnudeces, y si no buscamos las tinieblas, deseamos una media oscuridad; todo menos la luz radiante del día. En aquellos tiempos en que aún no se habían inventado las tejas que resguardasen del sol y la lluvia, y la encina nos servía de alimento y morada, no a la luz del día, sino en las selvas y los antros, se gozaban los placeres de la voluptuosidad: tanto respetaba el pueblo rudo las leyes del pudor. Mas ahora pregonamos nuestras hazañas nocturnas y nada se paga a tan alto precio como el placer de que las sepa todo el mundo. ¿Vas a reconocer en cualquier sitio a todas las muchachas, para decir a un amigo: "esa que ves fue mía"?. Y para que no eches de menos a una que poder señalar, la comprometes para que sea el blanco de murmuraciones de toda la ciudad. Hay hombres que dicen cosas que negarían si hubiesen sucedido, y presumen de que ninguna les ha negado a su favor, y si no manchan los cuerpos, manchan los nombres de mujeres muy honradas.
Anda, pues, vigilante de una mujer, cierra las puertas y échales para más seguridad cien cerrojos. ¿De qué valen esas medidas si la calumnia se ensaña en la honra y el adultero dice lo que nunca ha sucedido? Nosotros, sin embargo, hablamos con disimulo de nuestras conquistas amorosas, y con un velo espeso cubrimos nuestros amores misteriosos. No le echéis en cara nunca los defectos a una joven; para muchos el haberlos disimulado les fue de gran provecho. Aquel que en cada pie llevaba un ala, no reprobó en Andrómaca el color del semblante. Andrómaca tenia una altura tan desmesurada que asombraba a todos, pero Héctor la encontró que no pasaba de regular. Procura habituarte a lo que te parezca mal y lo sobrellevarás con facilidad: la costumbre suaviza muchas cosas y la pasión primeriza se alborota por poco. Cuando el ramillo injerto se nutre en la verdadera corteza, cae al menor soplo del viento, más al pasar el tiempo se afianza y es capaz de desafiar al huracán, y ya convertida en fuerte rama, enriquece al árbol que la adoptó con frutos exquisitos. Las deformaciones del cuerpo desaparecen un día y lo que creemos defectuoso llega al fin a no parecerlo. Un olfato parco, no soporta el olor que despiden las pieles de toro, pero al paso del tiempo se termina por acostumbrarse sin notarlo.
Embellezcamos con los nombres de las marcas reconocidas: demos el nombre de morena la que tenga el cutis más negro que la pez; si es bizca, digamos que se asemeja a Venus; si es pelirroja, a Minerva; digamos que fina de talle a la que, por su demarcación, parezca más muerta que viva; si es delgada, di que es ligera; si es corpulenta, alaba su exuberancia, y disimula los defectos con los nombres de las bellas cualidades. Jamás preguntes los años que tiene o en qué lugar nació; deja esas preguntas para el rígido censor, y más cuando ya se ha marchitado la flor de su juventud, si su tiempo más floreciente ya ha pasado y ya empieza a blanquearle sus canas entre los cabellos. Mancebos, esta edad u otra cualquiera cuadra a vuestros placeres, y estos campos debéis de cultivar, porque producen la mies en gran abundancia. Mientras que os alienten los pocos años y las fuerzas, aguantad los trabajos, que pronto llegará con menudos pasos la vejez. Con los remos, azotad las olas, labrad la tierra con el arado, coged con brío las sangrientas armas de combate, y entregaos con toda vuestra alma al servicio de las bellas, que, como el de la guerra, os ofrecerá rico botín. Se debe decir que las mujeres de cierta edad son más duchas en sus tratos, su experiencia ayuda mucho a agudizar el ingenio, conoce , con los afeites, la forma de ocultar los estragos del tiempo en sus rostros y a fuerza de disimulos borran las señales de los años. Si lo deseas, de cien modos distintos te ofrecerán las delicias de Venus, tanto que en ninguna pintura encontrarás tal variedad. El deseo surge en ellas sin necesidad de provocarlo, y el varón y la hembra experimentan sensaciones iguales. Detesto esos lazos en que el placer no es recíproco, por eso no me emocionan las caricias de un adolescente, odio a la que se entrega por la necesidad y en el momento del gozo piensa indiferente en el huso y la lana. No me satisfacen los dones dados por la obligación y dispenso a mi amada sus deberes con respecto a mi persona. Me produce placer oír los gritos que delatan sus intensos goces y que me detenga con ruegos para prolongar su voluptuosidad. Siento dicha al contemplar sus desmayados ojos que nubla su pasión y que languidece y se niega insistente a mis caricias. La Naturaleza no concede estas dichas a los años juveniles, sino a esa edad que comienza después de los siete lustros. Los que se precipitan demasiado, beben el vino reciente; yo quiero que mi tinaja me regale con el añejo que data de los antiguos cónsules. El plátano sólo después de algunos años resiste los ardores del sol, y la hierba recién segada de los prados hiere los desnudos pies. ¡Qué! ¿Osarías anteponer Hermíone a Helena y afirmar que Gorgé valía más que su madre? El que pretenda coger los frutos de Venus, ya maduros, si tiene constancia, alcanzará el debido galardón.
He aquí que recibe a los dos enamorados el lecho confidente de sus cuitas. Musa, no abras la puerta cerrada del dormitorio. Sin tu ayuda las palabras elocuentes brotarán espontáneas de los labios; allí las manos no permanecerán ociosas y los dedos sabrán deslizarse por aquellos lugares donde el amor templa sus flechas ocultamente. Así, en otros días, lo hizo con Andrómaca el valeroso Héctor, cuyo esfuerzo no brillaba sólo en los combates, y así el gran Aquiles con su cautiva Lirneso, cuando cansado de combatir se retiraba a descansar en el lecho voluptuoso. Tú, Briseida, permitías que te tocasen aquellas manos que aún estaban empapadas con la sangre de los frigios. ¿Acaso no fue esto mismo lo que soliviantaba, viendo orgullosa cómo acariciaba tu cuerpo su diestra vencedora? Créeme, no te afanes en llegar al término de la dicha; demóralo insensiblemente y la alcanzarás completa. Si das en aquel sitio más sensible de la mujer, que un necio pudor no te detenga la mano; entonces notarás cómo sus ojos despiden una luz temblorosa, semejante al rayo del sol que se refleja en las aguas cristalinas; luego vendrán las quejas, los dulcísimos murmullos, los tiernos gemidos y las palabras apropiadas a la situación; pero no permitas que se quede atrás desplegando todas las velas ni consientas que ella se te adelante. Entrad juntos en el puesto. La cúspide del placer se goza cuando los dos amantes caen vencidos al mismo tiempo. Esta es la regla que indico, si puedes disponer de espacio y el miedo no te obliga a apresurar tus robos placenteros; mas si en la tardanza se esconde el riesgo, es preciso bogar a todo remo y clavar el acicate en los ijares del corcel. Se aproxima el fin de mi obra: jóvenes agradecidos, concededme la palma y rodead mis cabellos perfumados con guirnaldas de mirto. Cuando por su ciencia de curar, Poladirio sobresalía entre los griegos, Pirro por su vigor, Néstor por su elocuencia, Calcas por sus verdaderos vaticinios, Telamón por su destreza en las armas y Automedonte por su destreza para guiar los carros, igual sobresalgo yo en el arte de enamorar. Jóvenes, admirad a vuestro poeta, cantad sus alabanzas y que su nombre vaya en triunfo por la redondez del orbe. Os he dado armas como las que Vulcano dio a Aquiles; él venció con ellas; venced vosotros con las que os puse en las manos, y el que logre el triunfo con mi acero contra una feroz amazona, inscriba sobre su trofeo: "Ovidio fue mi maestro".
Sin embargo, a su vez, las más tiernas doncellas me ruegan que les dé algunas lecciones, y ése será el tema de mi libro siguiente.
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