sábado, 10 de febrero de 2018

OVIDIO: EL ARTE DE AMAR, LIBRO I

LIBRO I
JUPITER Y VENUS, LA MADRE DEL AMOR

Si en la ciudad de Roma alguien no conoce el arte de amar, que lea mis páginas y ame ilustrado por mis versos. El arte impele con las velas y el remo las rápidas naves, el arte conduce a los veloces carros, y el amor se debe regir por el arte. Automedonte era un experto en conducir carros y en el manejo de las flexibles riendas: Tifis fue un gran maestro en gobernar la nave de los argonautas. Venus me ha elegido como maestro de su tierno hijo, y creo que se me llamará el Automedonte del Amor. 
El amor es despiadado y a menudo recibí su disgusto, pero es un niño de poca edad, fácil de conducir. Quirón, con su cólera, educó al joven Aquiles, domando su carácter feroz con la dulzura de la música; y él, que tantas veces intimidó a sus compañeros y aterró a los enemigos, se dice que temblaba en presencia de un viejo cargado de años, y ofrecía sumiso al castigo del maestro aquellas manos que habían de ser tan funestas a Héctor. Quirón fue el maestro de Aquiles, yo lo seré del amor; los dos niños terribles y los dos hijos de una diosa. No obstante el toro dobla la cerviz al yugo del arado, y el potro, generoso, tiene que tascar el freno; yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas encendidas.
Cuanto más riguroso me flecha y abrasa con sin par violencia, tanto más brío me infunde el anhelo de vengar mis heridas. 
Yo no fingiré, Apolo, que he recibido de ti estas lecciones ni que me las enseñaron los cantos de las aves, ni que se presentó Clío con sus hermanas al apacentar mis rebaños en los valles de Ascra. La experiencia dicta mis poemas; no despreciéis sus avisos saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de mí, tenues cintas, insignias del pudor, y largos vestidos que cubrís la mitad de los pies! Nosotros cantamos placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos correrán limpios de toda intención criminal. 
Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; trata en seguida de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y, en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo. Este es mi propósito, éste el espacio por donde ha de volar mi carro, ésta es la meta a la que han de acercarse sus ligeras ruedas. 
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la ocasión y escoge a la que digas: "Tú sola me places". No esperes que el cielo te la envíe en las alas de Céfiro; esa dicha has de buscarla con tus propios ojos. El cazador sabe muy bien en qué sitio ha de tender las redes a loa ciervos y en qué valle se esconde el feroz jabalí. El que acosa a los pájaros, conoce los árboles en que ponen sus nidos, y el pescador de caña, las aguas abundantes en peces. Así, tú, que corres tras una mujer para que te profese cariño perdurable, dedícate a frecuentar los lugares en que se reúnen las bellas. No pretendo que en su persecución, des las velas al viento o que recorras lejanas tierras hasta encontrarla; deja que Perseo nos traiga su Andrómeda de la India, tostada por el sol, y que el pastor de Frigia robe a Grecia su Helena; pues Roma te proporcionará tantas mujeres lindas que te obligará a exclamar: "Aquí se hallan reunidas todas las hermosuras del orbe". Cuántas mieses doran las faldas del Gárgaro, cuántos racimos llevan las viñas de Metimno, cuántos peces el mar, cuántas aves los árboles, cuántas estrellas resplandecen en el cielo, tantas jóvenes hermosas pululan en Roma, porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad de su hijo Eneas. 
Si te cautiva la frescura de las muchachas adolescentes, pronto se ofrecerá a tu vista alguna virgen candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud, hallarás mil que te seduzcan con sus gracias, viéndote embarazado en la elección, y si acaso te agrada la edad juiciosa y madura, créeme, encontrarás de éstas un verdadero enjambre. Cuando el sol queme las espaldas del león de Hércules, paséate despacio a la sombra del pórtico de Pompeyo, o por la opulenta fábrica de mármol extranjero que publica la munificencia de una madre añadida a la de su hijo, y no olvides visitar la galería, ornada de antiguas pinturas, que levantó Livia, y por eso lleva su nombre. Allí verás el grupo de las Danaides que osaron matar a los infelices hijos de sus tíos, y a su feroz padre con el acero desnudo. No dejes de asistir a las fiestas de Adonis, llorado por Venus, ni a las del sábado que celebran los judíos de Siria, ni pases de largo por el templo de Menfis, que se alzó a la ternera vendada con franjas de lino; Isis convierte a muchas en lo que ella fue para Jove.
Hasta el foro, ¿quién lo creerá?, es un cómplice del amor, cuya llama brota infinitas veces entre las lides clamorosas. En las cercanías del marmóreo templo consagrado a Venus surge el raudal de la fuente Appia, con dulcísimo murmullo, y allí mil veces se dejó prender el jurisconsulto en las amorosas redes, y no pudo evitar los peligros de que defendía a los demás; allí, con frecuencia, el orador elocuente pierde el don de la palabra; las nuevas impresiones le fuerzan a defender su propia causa; y Venus, desde el templo vecino, se ríe del desdichado que, siendo patrono poco ha, desea convertirse en cliente; pero donde has de tender tus lazos sobre todo es en el teatro, lugar muy favorable a la consecución de tus deseos. Allí encontrarás más de una mujer a quien dedicarte, con quien entretenerte, a quien puedas tocar y por último poseerla. Como las hormigas van y vuelven en largas falanges, cargadas con el grano que les ha de servir de alimento, y las abejas vuelan a los bosques y prados olorosos para libar el jugo de las flores y el tomillo, así se precipitan en nuestros espectáculos nuestras mujeres elegantes en tal número que suelen dejar indecisa la preferencia. Más que a ver las obras representadas vienen a ser objeto de la pública expectación, y el sitio ofrece mil peligros al pudor inocente. 
¡Oh, Rómulo, tú que fuiste el primero que alborotó los juegos escénicos con la violencia, cuando el rapto de las Sabinas regocijó a tus soldados, que carecían de mujeres! Entonces los toldos no pendían sobre el marmóreo teatro ni enrojecía la escena el líquido azafrán; con el ramaje que brindaba la selva del Palatino; dispuesto sin arte, se levantaaba el rústico tablado; el pueblo se acomodaba en graderíos hechos de césped y el follaje cubría de cualquier modo las hirsutas cabezas. Cada cual, observando alrededor, señalaba con los ojos la joven que para sí codiciaba, y resolvía muchos proyectos a la callada, en su pecho; y mientras el danzante, a los rudos sones de la zampoña toscana, golpeaba cadencioso tres veces el suelo con los pies en medio de los aplausos, que entonces no se vendían, el rey daba a su pueblo la señal de lanzarse sobre la presa. De súbito saltan de los asientos, y con clamores que delatan su intención, ponen las ávidas manos en las doncellas. Como la tímida turba de palomas huye las embestidas del águila, como la tierna cordera se espanta en presencia del lobo, así huyen, aterradas, de aquellos hombres sin ley que las acometen, y no hubo una sola que no reflejase la palidez de la cara. El espanto fue en todas igual, mas no se manifestó en la misma manera. Las unas se arrancan los cabellos, las otras pierden el sentido; éstas guardan un sombrío silencio, aquéllas llaman a sus madres; quiénes se lamentan, quiénes quedan embargadas de estupor, algunas permanecen inmóviles, y no pocas se dan a la fuga. Las doncellas robadas, presa ofrecida al dios Genio, desaparecen de allí, y el temor multiplicó en muchas los naturales encantos. Si alguna se resiste tenaz a seguir al raptor, éste la coge en brazos y, estrechándola contra el ávido seno, la consuela con tales palabras: "¿Por qué enturbias con el llanto tus lindos ojos? Lo que tu padre es para tu madre, eso seré yo para ti". Rómulo, tú fuiste el único que supiste premiar a tus soldados; si me concedes el mismo galardón, me alisto en tu milicia. Desde entonces sigue la costumbre en las funciones teatrales, y hoy todavía son un peligro para las hermosas. 
No dejes tampoco de asistir a las carreras de los briosos corceles; el circo, donde se reúne público innumerable, ofrece grandes incentivos. Allí no te verás obligado a comunicar tus secretos con el lenguaje de los dedos ni a espiar los gestos que descubran el oculto pensamiento a tu amada. Nadie te impedirá que te sientes junto a ella, y que arrimes tu hombro al suyo todo lo posible; el corto espacio de que dispones te obliga forzosamente, y la ley del sitio te permite tocar a gusto su cuerpo codiciado. Luego buscas un pretexto cualquiera de conversación y que tus primeras palabras traten de cosas generales. Con vivo interés pregúntale de quién son los caballos que van a correr y sin vacilación, toma el partido de aquel, sea el que fuere, que merezca su favor. Cuando se presenten las imágenes de marfil en la solemne procesión, aplaude con entusiasmo a la diosa Venus, tu soberana. Si por acaso el polvo se pega en el vestido de la joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo alguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso. Si el manto se desciende hasta tocar el suelo, recógelo sin demora y quítale la tierra que lo mancha, que bien pronto recabarás el premio de tu servicio, pues con su permiso podrás deleitar los ojos al descubrir su torneada pierna. Además, observa si el que se sienta detrás de vosotros saca demasiado la rodilla y oprime su ebúrnea espalda. La menor distinción cautiva un ánimo ligero. Fue útil a muchos colocar con presteza un cojín o agitar el aire con el abanico y deslizar el escabel bajo unos pies delicados. El circo brinda estas ocasiones al amor naciente, como la arena del foro que entristecen las contiendas legales. Allí descendió a pelear mil veces el hijo de Venus, y el que contemplaba las heridas de otro, resultó herido también; y mientras habla, toca la mano del adversario, apuesta por un combatiente, y, depositada la fianza, pregunta quién salió victorioso, solloza al sentir el dardo que se le clava en el pecho, y, simple espectador del combate, viene a ser una de sus víctimas. 
¿Qué espectáculo se asemeja en emoción al simulacro de una batalla naval en la que César lanza las naves de Persía contra Atenas? Desde los mares llegan mozos y doncellas, y el mundo entero se reúne en Roma. Entre tanta gente, ¿quién no encontrará la mujer de su agrado? ¡Ah, cuántos se dejarán abrasar por una bella extranjera! César se dispone a dominar pronto lo que queda del orbe, en seguida serán nuestros sus últimos reductos. ¡Reino de los partos, vas a recibir un duro castigo! ¡Alegraos, manes de Craso; estandartes que a pesar vuestro pasasteis a poder de los bárbaros, aquí está vuestro vengador, con fama de genial caudillo en sus primeros combates, pues siendo muy joven consiguió victorias impropias de su juventud! Espíritus tímidos, no queráis saber el día del nacimiento de los dioses; el valor de los césares va siempre delante de su edad; su genio soberano brilló desde los jóvenes años, rebelde a los tardíos pasos del crecimiento. Hércules, cuando era niño, ahogó con sus manos dos serpientes, y desde la cuna se mostró digno hijo de José. Tú, Baco, que conquistas con tu gracia de joven, con cuánta grandeza apareciste en la India, conquistada por tus tirsos victoriosos. Joven príncipe, lucharás estimulado por los auspicios y la valentía de tu padre, y gracias a ella conseguirás la victoria; debes escribir con hazañas heroicas tu nombre glorioso, y si hoy eres príncipe de los jóvenes después lo serás de los ancianos. Hermano generoso, venga la ofensa de tus hermanos; modelo de hijo, procura defender los derechos de tu padre. Tu padre, que es también el padre de la patria, puso en tus manos las armas; el enemigo arrebatará violentamente el reino a tu padre, pero tus dardos serán sagrados, y las saetas de aquél, sacrílegas; la piedad y la justicia serán tus banderas, y el parto ya derrotado por la mala causa, lo será asimismo por las armas, y mi joven héroe agregará a las del Lacio los tesoros de Oriente. ¡Marte, que eres su padre, y tú, César, su padre también, prestad socorro al guerrero, ya que uno de vosotros es dios, y el segundo lo será presto! Sí, te lo aseguro: vencerás; yo cantaré los versos ofrecidos a tu gloria y tu nombre resonará en ellos con sublime acento. Cuando estés presto a combatir, animarás las huestes con mis palabras, y ¡ojalá no sean indignas de tu esfuerzo! Pintaré al parto furtivo, el brío animoso de los romanos y los dardos que lanza el enemigo envolviendo las riendas de sus caballos. Parto, si huyes para vencer, ¿qué dejas a los vencidos? Al fin tu Marte te amedrenta con presagios funestos. Pronto lucirá el día en que tú, el más hermoso de los hombres, aparezcas resplandeciente en el carro de cuatro blancos corceles. Delante de ti caminarán los jefes enemigos cargados de cadenas, sin que puedan, como antes, buscar su salvación en la fuga; los jóvenes, al lado de las doncellas, contemplarán regocijados el espectáculo, y este día feliz ensanchará todos los corazones. Entonces, si alguna muchacha te pregunta los nombres de los vencidos reyes, y cuáles son las tierras, los montes y los ríos de las imágenes conducidas en triunfo, responde a todo, aunque no seas interrogado, y afirma lo que no sabes como si lo supieses perfectamente. Esa imagen con las sienes ceñidas de cañas, es el Éufrates; la que sigue, de azulada cabellera, el Tigris; aquélla la de Armenia; ésta representa la Persia, donde nació el hijo de Dánae; estotra, una ciudad situada en los valles de Aquemenia; aquél y el de más allá son generales; de algunos dirás los nombres verdaderos, si los conoces, y si no los que puedan convenirles. 
Las mesas de los festines brindan suma facilidad para introducirse en el ánimo de las bellas y proporcionan además de los vinos otras delicias. Allí, en muchas ocasiones, el amor de purpúreas mejillas sujeta con sus tiernos brazos la altiva cabeza de Baco; cuando el vino llega a empapar las alas de Cupido, éste queda inmóvil y como encadenado en su puesto; mas al momento el dios sacude las mojadas alas, y entonces ¡desgraciado del corazón que baña en su rocío! El vino predispone los ánimos a inflamarse enardecidos, ahuyentan la tristeza y la disipa con frecuentes libaciones. Entonces reina la alegría; el pobre, entonces, se cree poderoso, y es entonces cuando el dolor y los tristes cuidados desaparecen de su rugosa frente; entonces descubre sus secretos, ingenuidad bien rara en nuestros tiempos porque el dios es enemigo de la reserva. Allí, muy a menudo, las jóvenes dominan el albedrío de los mancebos; Venus, en los festines, es el fuego dentro del fuego. 
No creas demasiado en la luz engañosa de las lámparas; la noche y el vino perturban el juicio sobre la belleza. París contempló las diosas desnudas a la luz del sol, que brillaba en el cielo cuando dijo a Venus: "Venus, vences a tus competidoras". La noche oculta las manchas, disimula los defectos y entre las sombras cualquiera nos parece bella. Examina a la luz del día los brillantes, los trajes de púrpura, la frescura de todas las reuniones femeninas en que se sorprende la caza. Antes contaría todas las arenas del mar. ¿A qué citar Bayas, que cubre de velas sus litorales y cuyas cálidas aguas humean con vapores sulfurosos? Los que salen de allí con el dardo mortal en el pecho, dicen de ellas: "Estas aguas no son tan saludables como pregonan la fama". Contempla el ara de Diana en medio del bosque próximo a nuestros muros y el reino conquistado por el acero de una mano criminal; aunque la diosa es virgen y odia las flechas de Cupido. ¡cuántas heridas causa a su pueblo y cuántas causará todavía! 
Hasta aquí mi Musa, exponiendo sus advertencias en versos desiguales, te advirtió dónde encontrarías una amada y dónde debes tender tus redes; ahora te enseñaré los hábiles recursos que debes poner en juego para vencer a la que te seduzca. Quienesquiera que seáis. de ésta o de la otra tierra, prestadme todos atención, y tú, pueblo, oye mi palabra, pues me dispongo a cumplir lo prometido. Primeramente has de abrigar la certeza de que todas pueden ser conquistadas, y las conquistarás preparando astuto las redes. Antes dejarán de cantar los pájaros en primavera, en estío las cigarras y el perro de Ménalo huirá asustado de la liebre, antes que una joven rechace las solícitas pretensiones de su amador; hasta aquella que juzgues más difícil se rendirá a la postre; los hurtos de Venus son tan dulces al mancebo como a la doncella: el uno los oculta mal, la otra cela mejor sus deseos. Conviene a los varones no precipitarse en el ruego, y que la mujer, ya de antemano vencida, haga el papel de suplicante. En los frescos pastos la vaca llama al toro con su mugido, y la yegua relincha a la aproximación del caballo. 
Entre nosotros el apetito se desborda menos furioso, y la llama que nos enciende no traspasa los límites de la naturaleza. ¿Hablaré de Biblis, que concibió por su hermano un amor incestuoso, expiado valerosamente echándose un lazo al cuello? Mirra amó a su padre como no debía amarle una hija, y, convertida en árbol, oculta bajo la corteza su crimen y hoy nos sirven de perfumes las lágrimas que destila el oloroso tronco que aún lleva su nombre. Pacía en los frondosos valles del Ida un toro blanco, gloria del rebaño, señalado por leve mancha negra en la frente; era la única, pues el resto de su cuerpo igualaba la blancura de la leche. Las terneras ardientes de Gnosia y Cidón, desearon sostenerlo sobre sus espaldas, y la adúltera Pasifae, que se regocijaba con la ilusión de poseerlo, concibió un odio mortal contra las que consideraba más hermosas. Cuento hechos harto conocidos. Creta, la de las cien ciudades, y nada escrupulosa en mentir, no osará negarlo. Se dice que ella misma cortaba con poca habilidad las hojas recientes de los árboles y las tiernas hierbas de los prados, ofreciéndoselas al toro; ella seguía al rebaño sin que la contuviese el temor del esposo, y Minos quedó vencido por el cornudo animal. ¿De qué te sirve, Pasifae, ponerte preciosas vestiduras, si tu adúltero amante desconoce el valor de sus riquezas? ¿De qué el espejo que llevas en las excursiones por las montañas, y para qué, necia, cuidas tanto el peinar tus cabellos? Mírate en ese espejo y te darás cuenta de no ser una ternera; mas, ¿con qué ardor no desearías que te naciesen los cuernos en la frente? Si aún quieres a Minos. renuncia e torpes ayuntamientos, y si pretendes engañar a tu esposo, engáñalo con un hombre. Pero la reina, abandonando su tálamo, vaga errante por bosques y selvas como la bacante soliviantada por el dios Aonia. ¡Ah! ¡Cuántas veces distinguía a una vaca con ceño iracundo y exclamaba: ¿Por qué ésta agrada a mi dueño?! Mira cómo retoza en su presencia sobre la fresca hierba. Sin duda cree en su imbecilidad estar así más bella. Dice, y al momento ordena separar a la inocente del rebaño y someter su cerviz al pesado yugo, o la obliga a caer ante el ara del sacrificio, como víctima, y alegre recoge en sus manos las entrañas de una rival. Muchas veces aplacó a los númenes con tan cruentos sacrificios y apostrofaba así las carnes, palpitantes: "¡Ea, id a cautivar al que amo!" Ya deseaba convertirse en Europa, ya en la ninfa lo; en ésta porque se transformó en vaca, en la otra porque fue arrebatada sobre la espalda del toro. El jefe del rebaño se juntó con Pasifae, engañado por el cuerpo de una vaca de madera, y el fruto de esta unión descubrió la naturaleza del padre. 
Si la otra Cretense hubiera resistido las persecuciones de Tiestes, ¡oh, qué difícil es a la mujer agradar a un solo varón!, Febo no habría detenido su carro y sus corceles en mitad del camino, revolviéndolos hacia las puertas de la Aurora. La hija de Niso, por haberle robado sus purpúreos cabellos, cayó desde la popa de un navío y se convirtió en ave. Agamenón, que desafió victorioso los peligros de Marte en la tierra y las borrascas de Neptuno en el piélago, vino a perecer víctima de su adúltera esposa. ¿Quién no ha llorado la suerte de Creusa de Corinto y no ha maldecido a la inicua madre bañada en la sangre de sus hijos? Fénix, la de Amintor, vertió torrentes de lágrimas por sus órbitas privadas de luz, y los caballos espantados destrozaron al infeliz Hipólito. Fineo, ¿por qué saltas los ojos de tus inocentes hijos? ¡Ay!, tan horrendo castigo caerá un día sobre tu cabeza. Tales crímenes hizo cometer la liviandad femenina, más ardiente que la nuestra y con más furor en sus arrebatos. 
Ánimo, y no dudes que saldrás vencedor en todos los combates; entre mil, apenas hallarás una que te resista; las que conceden y las que niegan se regocijan lo mismo al ser rogadas y, dado que te equivoques, la repulsa no te traerá ningún peligro. Mas, ¿cómo te has de engañar teniendo las nuevas voluptuosidades tantos atractivos? Los bienes ajenos nos parecen mayores que los propios; las espigas son siempre más fértiles en los sembrados que no nos pertenecen, y el rebaño del vecino se multiplica con asombrosa fecundidad. Ante todo haz por conocer a la criada de la joven que te interesa seducir para que te facilite el primer acceso, y averigua si obtiene la confianza de su señora y es la confidente de sus secretos placeres; inclínala a tu favor con promesas y ablándala con tus ruegos; como ella quiera, conseguirás fácilmente tus deseos. Que ella escoja el momento, los médicos suelen también aprovecharlo, en que el ánimo de su señora, libre de cuitas, esté mejor dispuesto a rendirse; el más favorable a tu pretensión será aquel en que todo le sonría y le parezca tan bello como la áurea mies en los fértiles campos. Si el pecho está alborozado y no lo oprime el dolor, tiende a dilatarse y Venus lo señorea hasta el fondo. Ilión, embargada de tristeza, pudo defenderse con las armas, y en un día festivo introdujo en su reducto el caballo repleto de soldados. Acomete la empresa así que las oigas quejarse de una rival y esfuérzate en que no quede sin venganza la injuria. Que la criada que peina sus cabellos por la mañana avive el resentimiento y ayude el impulso de tus velas con el remo, y dígala suspirando en tenue voz: "Por lo que veo no podrás vengarte del agravio". Después, que hable de ti con las palabras más persuasivas y júrale que mueres en un amor que raya la locura; pero revélate decidido, no sea que el viento calme y caigan las velas. Como el cristal es frágil, así calma pronto la cólera de la mujer.
Me preguntas si es provechoso conquistar a la misma sirvienta; en tal caso te expones a graves contingencias; ésta, después que se entrega, te servirá más solícita; aquélla, menos celosa: la una te facilitará las entrevistas con su ama, la otra te reservará para sí. El bueno o mal suceso es muy eventual. Aun suponiendo que ella incite tu atrevimiento, mi consejo es que te abstengas de la aventura. No quiero extraviarme por precipicios y agudas rocas; ningún joven que oiga mis avisos se dejará sorprender; no obstante, si la criada que recibe y vuelve los billetes te cautiva por su gracia tanto como por los buenos servicios, apresura la posesión de la señora y siga luego la de la criada; mas no comiences nunca por la conquista de la última. Una cosa te aconsejo, si tienes confianza en mis lecciones y el viento no se lleva mis palabras y las hunde en el mar: o no intentes la empresa, o acábala del todo; así que ella tenga parte en el negocio no se atreverá a delatarte. El pájaro no puede volar con las alas viscosas, el jabalí no acierta a romper las redes que lo envuelven y el pez queda sujeto por el anzuelo que se le clava; pero si te propones seducirla, no te retires hasta salir vencedor. Entonces ella, culpable de la misma falta, no osará traicionarte, y por ella conocerás los dichos y hechos de la que pretendes. Sobre todo, gran discreción; si ocultas bien tu inteligencia con la criada, los pasos de tu dueña te serán perfectamente conocidos. 
Grave error es el de creer que sólo los pilotos y labriegos deben consultar el tiempo. No conviene arrojar fuera de sazón en el campo la semilla que puede engañar nuestras esperanzas, ni en todo tiempo librara los embates de las olas una frágil embarcación, ni siempre es de seguros resultados atacar a una tierna beldad; a veces importa aprovechar la ocasión favorable, ya se aproxime el día de un natalicio, ya de las calendas de marzo, que Venus goza en prolongar. Si el circo resplandece no adornado como antes con figuras de relieve, sino con los despojos de los reyes vencidos, difiere algunos días tu pretensión. Entonces reina el triste invierno y amenazan las lluviosas pléyades: entonces las tímidas Cabrillas se sumergen en las aguas del Océano; no acometas nada de provecho, pues si alguien se confía entonces a los riesgos de la navegación, apenas podrás salvar loa ateridos miembros en la tabla de su bajel hecho piezas. Tus ataques han de empezar el día funesto en que las ondas de Allia se tiñeron con la sangre de los cadáveres romanos o el último de cada semana que consagra al reposo y al culto el habitante de Palestina. Mira con santo horror el natalicio de tu amada y como nefastos los días en que es ineludible ofrecer presentes. Aunque lo evites con cautela, te sonsacará algo; le mujer tiene mil medios para apoderarse del caudal de su apasionado amante. Un vendedor con la túnica desceñida se presentará ante tu dueña, deseosa de comprar, y delante de ti expondrá sus mercaderías. Ella te rogará que las examines para juzgar tu buen gusto; después te dará unos besos y, por último, te pedirá que le compres lo que más le agradé, jurándote que con eso quedará contenta por muchos años y diciéndote: "Ahora tengo necesidad de ello y ahora se puede comprar a un precio razonable". Si te excusas con el pretexto de que no tienes en casa dinero bastante, te pedirá un billete y sentirás haber aprendido a escribir. ¡Cuántas veces te exigirá el regalo que se acostumbra en el natalicio, y cuántas renovará esta fecha al compás de sus necesidades! ¿Qué harás cuando la veas llorar desolada por una falsa pérdida y te enseñe las orejas sin los ricos pendientes que llevaba? Las mujeres piden muchas cosas en calidad de préstamo, y así que las reciben se niegan a la devolución. Sales perdiendo y nunca se tiene en cuenta tu sacrificio. No me bastarían diez bocas con otras tantas lenguas si pretendiese referir los astutos manejos de nuestras cortesanas. 
Explota el camino por medio de la cera que barniza las elegantes tablillas, y que ella sea la primera anunciadora de la disposición de tu ánimo, que ella le diga tus ternuras con las expresiones que usan los amantes y, seas quien seas, no te sonrojen las más humildes súplicas. Aquiles, movido por las preces, entregó a Príamo el cadáver de Héctor, la voz del suplicante, templa la cólera de los dioses. No economices el prometer, que al fin no arruina a nadie y todo el mundo puede ser rico en promesas. La esperanza acreditada permite ganar tiempo; en verdad, es una diosa falaz; más nos complace ser por ella engañados. Los presentes que le hubieses hecho, podrían incitarla a abandonarte, y por lo pronto se lucraría con tu largueza sin perder nada. Confíe siempre en que le vas a dar lo que nunca pensaste; así un campo estéril burla mil veces la esperanza del labrador, así el jugador empeñado en no perder, pierde a todas y sus manos ávidas no sueltan los dados que le prometen pingües ganancias. Lo principal y más dificultoso es alcanzar de gracia los primeros favores, el temor de darlos sin provecho la inducirá a seguir concediéndolos como antes; dirígele tus billetes impregnados de dulcísimas frases, con el fin de explorar su disposición y tentar las dificultades del camino. Los caracteres trenzados sobre un fruto burlaron a Cidipe, y la imprudente doncella, leyéndolos, se vio cogida por sus propias palabras. 
Jóvenes romanos, os aconsejo que no aprendáis las bellas artes con el único objeto de convertiros en defensores de los atribulados reos; la beldad se deja arrebatar y aplaude al orador elocuente, lo mismo que la plebe, el juez adusto y el senador distinguido; pero ocultad el talento, que el rostro no descubra vuestra facundia y que en vuestras tablillas no se lean nunca expresiones afectadas. ¿Quién sino un estúpido escribiría a su tierna amiga en tono declamatorio? Con frecuencia un billete pedantesco atrajo el desprecio a quien lo escribió. Sea tu razonamiento sencillo, tu estilo natural y a la vez insinuante, de modo que imagine verte y oírte al mismo tiempo. Si no recibe tu billete y lo devuelve sin leerlo, confía en que lo leerá más adelante y permanece firme en tu propósito. Con el tiempo los toros rebeldes acaban por someterse al yugo, con el tiempo el potro fogoso aprende a soportar el freno que reprime su ardor. El anillo de hierro se desgasta con el uso continuo y la punta de la reja se embota a fuerza de labrar asiduamente la tierra. ¿Qué más duro que la roca y más leve que le onda? Sin embargo, las aguas socavan la dura peña. Persiste y vencerás con el tiempo a la misma Penélope. Troya resistió muchos años, pero al fin cayó vencida. Si te lee y no quiere contestar, no la obligues a ello, procure solamente que siga leyendo tus ternezas, que ya responderá un día a lo que leyó con tanto gusto. Los favores llegarán por sus pasos en tiempo oportuno. Tal vez recibas una triste contestación, rogándote que ceses de solicitarla; ella teme lo que te ruega y desea que sigas en las instancias de lo que te prohibe. No te descorazones, prosigue y bien pronto verás satisfechos tus votos. En el ínterin, si tropiezas a tu amada tendida muellemente en la litera, acércate con disimulo a su lado, y a fin de que los oídos de curiosos indiscretos no penetran en la intención de tus frases, como puedas revélale tu pasión en términos equívocos. Si se dirige al espacioso pórtico, debes acompañarla en su paseo, y ora has de precederla, ora seguirla de lejos; ya has de andar de prisa, ya caminar con lentitud. No tengas reparo en escurrirte entre la turba y pasar de una columna a otra para llegar a su lado. Cuida de que no vaya sin tu compañía a ostentar su belleza al teatro; allí sus espaldas desnudas te ofrecerán un gustoso espectáculo: allí la contemplarás absorto de admiración y le comunicarás tus secretos pensamientos con los gestos y las miradas. Aplaude entusiasmado la danza del actor que representa a una doncella, y más todavía al que desempeña el papel de amante. Levántate si ella se levanta, vuelve a sentarte si se sienta, y no te pese desperdiciar el tiempo al tenor de sus antojos. Tampoco te detengas demasiado en rizarte el cabello con el hierro o en alisarte la piel con la piedra pómez; deja tan vanos aliños para los sacerdotes que aúllan sus cantos frigios en honor de la madre Cibeles. La negligencia constituye el mejor adorno del hombre. Teseo, que nunca se preocupó del peinado, supo conquistar a la hija de Minos; Fedra enloqueció por Hipólito, que no se distinguía por lo elegante, y Adonis, tan querido de Venus, sólo se recreaba en las selvas. Preséntate aseado, y que el ejercicio del campo de Marte solee tu cuerpo envuelto en una toga bien hecha y airosa. Sea tu habla suave, luzcan tus dientes de esmalte y no vaguen tus pies en el ancho calzado; que no se ericen los pelos mal cortados, y tanto éstos como la barba entrégalos a una hábil mano. No lleves largas las uñas, que han de estar siempre limpias, ni menos asomen los pelos por las ventanas de tu nariz, ni te huela mal la boca, recordando el fétido olor del macho cabrío. Lo demás resérvalo a las muchachas que quieren agradar y para esos mozos que, con horror de su sexo, se entregan a un varón. 
Mas ya llama a su poeta Baco, el que ayuda siempre a los amantes y atiza las llamas en que él mismo se consume. Ariadna erraba loca por la desierta arena que ciñe la isla de Naxos, medio cubierta con la sencilla túnica, con los pies descalzos y los rubios cabellos, se dirige a las olas llamando al cruel Teseo, y un raudal de lágrimas se desliza por sus frescas mejillas; gritaba y lloraba a la vez, y el llanto y las voces, lejos de amenguar su belleza, contribuían a realzarla de un modo extraordinario. Ya golpeándose el pecho sin cesar con una mano despiadada, gritaba: "El pérfido ha partido; qué será de mí, qué suerte me espera?" En aquel momento resuenan por el extenso litoral los címbalos y los timbales golpeados por frenéticas manos, cae desvanecida, las últimas palabras expiran en sus labios y se diría que en sus venas no queda una gota de sangre. De súbito aparecen los bacantes con los cabellos tendidos por la espalda, y detrás la turba de sátiros que preceden al dios; después el viejo Sileno, tan borracho, que gracias si se mantiene en equilibrio cogiéndose a las crines del asno cabizbajo, persigue a las bacantes que huyen y le acometen de súbito. Como es tan mal jinete, castiga con la vara el cuadrúpedo que monta y al fin se apea de bruces por las orejas del paciente animal. Los sátiros entonces gritan: "Levántate, padre Sileno, levántate". Llega al fin, en su carro ceñido de pámpanos, el dios que gobierna dos domados tigres con riendas de oro. Pálida de terror, Ariadna no nombra más a Teseo, porque la voz se le enmudece en la garganta; tres veces quiso huir y el miedo la paralizó otras tantas; se estremeció como las espigas agitadas por el viento y la débil caña que tiembla en las orillas del húmedo pantano. El dios le conforta así: "Depón tus temores; yo seré un amante más fiel que Teseo, y tú serás Ariadna, la esposa de Baco. El cielo premiará tu dolor; como una constelación reinarás en el cielo y las naves conducirán su rumbo por el brillo de tu corona de brillantes". Dijo, y para que los tigres no la espantasen, baja del carro, salta a la arena de la playa, que cede a sus pies, y la arrebata en los brazos, sin que ella pugne por defenderse, que no es fácil resistir al poderío de un inmortal. Unos entonan los cantos de Himeneo, otros gritan: "Evoe, Evoe", y entre el común alborozo, el dios y la joven desposada se recuestan en el tálamo nupcial. 
Así, cuando asistieres a un banquete en el que abunden los dones de Baco, si una muchacha que te agrada se coloca cerca de ti en el lecho, ruega a este padre de la alegría, cuyos misterios se celebran por la noche, que los vapores del vino no lleguen a trastornar tu cabeza. Así te será permitido dirigir a tu bella insinuantes discursos con palabras veladas que no escaparán a su perspicacia y se los aplicará a sí misma; escribe en la mesa dulcísimas palabras, con gotas de vino en las que tu amiga adivine tu pasión avasalladora, y fija en los suyos tus ojos respirando fuego: un semblante mudo habla a las veces con singular elocuencia. Arrebata presuroso de su mano el vaso que rozó con sus labios y bebe por el mismo lado que ella bebió. Coge cualquier manjar que hayan tocado sus dedos y aprovecha la ocasión para que tu mano tropiece con la suya; ingéniate, asimismo, por ganarte al esposo de tu amada; os será muy útil a los dos tenerlo por amigo. Si la suerte te proclama rey del festín. concédele la honra de beber primero y regálale la corona que ciñe tu cabeza; ya sea tu igual, ya inferior a ti, déjale que tome de todo antes y no dudes en dirigirle las expresiones más lisonjeras. Con el falso nombre de amigo se burla multitud de veces sin riesgo a un marido, y aunque el hecho queda casi siempre impune, no deja de ser un crimen. En tales casos, el procurador suele ir más lejos de lo que se le encomienda, y se cree autorizado para traspasar las órdenes que recibió.
Quiero darte la medida a que te atengas en el beber: es aquella que no impide al seso ni a los pies cumplir su oficio. Evita, en primer término, las reyertas que provoca el vino y los puños demasiado prontos a repartir golpes. Euritión murió por haber bebido desatinadamente. Entre el vino y los manjares sólo debe reinar la alegría. Si tienes buena voz, canta; si tus brazos son flexibles, baila, y no descuides, si las tienes, revelar aquellas dotes que favorecen la seducción. La embriaguez verdadera perjudica, pero cuando es fingida puede ser útil. Estropee tu lengua solapada la pronunciación de las voces; así lo que digas o hagas fuera de lo regular, creerán todos que lo ocasiona el exceso de bebida. Desea mil felicidades a la señora de tus pensamientos y al que tiene la dicha de compartir su tálamo; mas en lo recóndito del alma profiere contra este último cien maldiciones. Cuando las mesas se levantan y los convidados se retiran, aprovecha las circunstancias del lugar y la confusión para acercarte a ella; mézclate con la turba, colócate sin sentir a su lado, pásale el brazo por el talle y tócale el pie con el tuyo. Esta es la ocasión de abordarla; lejos de ti el agreste pudor; Venus y la Fortuna alientan siempre a los audaces. 
No esperes que yo te dicte los preceptos de la elocuencia; rompe el silencio con atrevimiento, y las frases espontáneas y felices acudirán a tus labios. Tienes que representar el papel de un amante y tus palabras han de quemar con fuego como el que te devora; te serán lícitos todos los argumentos para persuadirla de tu pasión y serás creído sin dificultad, Cualquiera se juzga digna de ser amada y aun la más fea da gran valor a sus atractivos; mil veces el que simula el amor acaba por sentirlo de veras y acaba por sentir lo que en principio fingía. ¡Oh jóvenes!, tened tolerancia con los que se aprestan a engañaros; muchas veces un falso amor se convierte en verdadero. Esfuérzate en apoderarte de su albedrío con discretas lisonjas, como el arroyo filtra sus claras ondas en las riberas que los dominan. Dirígele sin vacilación tus alabanzas a la belleza de su rostro, a la profusión de sus cabellos, a sus finos dedos y a su pie pequeño; la mujer más casta se deleita cuando oye el elogio de su hermosura, y aun las vírgenes inocentes dedican largas horas a realzar sus encantos. ¿ Por qué Juno y Palas se avergüenzan todavía de no haber obtenido el premio en el certamen de los montes de Frigia? El ave de Juno despliega orgullosa su plumaje, viéndolo alabado; si lo contemplaras en silencio, recoge su tesoros. En el certamen de la veloz carrera, los corceles se entienden con los aplausos que se tributan a sus cuellos arrogantes y bien cuidadas crines. No seas tímido en prometer; las jóvenes claudican por las promesas, y pon a los dioses que quieran como testigos de tu sinceridad. Júpiter, desde lo alto, se ríe de los perjurios de los amantes y dispone que los vientos de Eolia los sepulten en las olas; por las aguas de Estiglia solía jurar con engaño ser fiel a Juno, y su mal ejemplo alienta hoy a todos los perjuros. 
Conviene que existan dioses, y como conviene creer en su existencia, aportemos a las antiguas aras las ofrendas del incienso y vino. Ellos no yacen sumidos en quietud reposada y semejante al sueño; vivid en la inocencia y velarán por vosotros. Volved el depósito que se os ha confiado, obedeced las piadosas leyes, aborreced el fraude y que vuestras manos estén limpias de sangre. Si sois inteligentes, engañad impunemente a las jóvenes; fuera de esto, observaréis siempre la buena fe. Burlad a las que pretenden burlaros; casi todas son gente de poca confianza; caigan presas en los lazos que os tienden. Es fama que el Egipto, por la sequía que abrasaba la tierra, vio estériles sus campos durante nueve años. Trasio entonces se presentó a Busiris y le anunció que sería fácil aplacar a Jove con la sangre de un extranjero, y Busiris le contestó: "Tú serás la primera víctima ofrecida al padre de los dioses, y como huésped de Egipto, tú nos traerás el agua". Fálaris tostó en el toro de bronce los miembros de Perilo, su inventor, que experimentó el primero tan atroz suplicio; uno y otro fueron justos. ¿Qué ley más equitativa que condenar a los artífices de tormentos a morir con su propia invención? Es razonable castigar a las perjuras con el perjurio, y no pueden quejarse más que de ellas mismas, puesto que su ejemplo alienta la falsía. 
También son provechosas las lágrimas, que pueden ablandar el diamante: si te es posible, que vea húmedas tus mejillas, y si te faltan las lágrimas, porque no siempre acuden al tenor de nuestros deseos, restrégate los ojos con los dedos mojados. ¿Qué pretendiente listo no sabe ayudar con besos las palabras sugestivas? Si te los niega, dáselos contra su voluntad; ella acaso resista al principio y te llame malvado; pero aunque resista, desea caer vencida. Evita que los hurtos hechos a sus lindos labios la lastimen y que la oigas quejarse, con razón, de tu dureza. El que logra sus besos, si no se apodera de lo demás merece por mentecato perder aquello que ya ha conseguido. Después de éstos, ¡qué poco falta a la completa realización de tus votos! La estupidez y no el pudor detiene tus pasos. Aunque diga que la has poseído con violencia, no te importe; esta violencia gusta a las mujeres: quieren que se les arranque por la fuerza lo que ellas desean conceder. La que se ve atropellada por la ceguedad de un pretendiente, se regocija de ello y estima su brutal acción como un rico presente, y la que pudiendo caer vencida sale intacta de la pelea, simula en apariencia la alegría, mas en el corazón reina la tristeza. Febe se rindió a la violencia, lo mismo que su hermana, y los raptores fueron muy queridos de sus víctimas. 
Una historia muy conocida, que no por eso no debe contarse otra vez, es la de aquella hija del rey de Seiros, cuyos favores alcanzó el joven Aquiles. Ya la diosa, vencedora de sus rivales en el monte Ida, había mostrado su reconocimiento a París, que la designó como la más hermosa; ya de extraño reino había llegado la nuera al palacio de Príamo y los muros de Ilión encerraban a la esposa de Menelao; los príncipes griegos juraron vengar la afrenta del esposo, que si bien de uno solo, recaía por igual sobre todos. Aquiles ocultaba su sexo con rozagante vestidura de mujer, cosa torpe en verdad si no obedeciera a los ruegos de una madre. ¿Qué haces, nieto de Eaco? No es ocupación digna de ti hilar lana. Arribarás a la gloria, siguiendo otra arte de Palas. No convienen los canastillos al brazo que ha de soportar el escudo. ¿Por qué sostienes la rueca con esa diestra que derribara un día la pujanza de Héctor? Arroja los husos que devanan el estambre laborioso y empuña en tu recia mano la lanza de Pelias. Por acaso durmieron una noche en el mismo tálamo Aquiles y la real doncella, que descubrió con estupor el sexo del que le acompañaba. Ella, no cabe duda, cedió a fuerza mayor, así hemos de creerlo; pero tampoco sintió mucho que la fuerza saliese vencedora, pues cuando el joven apresuraba la partida, después de trocar la rueca por las armas, le dijo repetidas veces: "Quédate aquí". ¿Dónde está la violencia? Deidamia, ¿por qué retienes con palabras cariñosas al autor de tu deshonra? 
Si la mujer, por un sentimiento de pudor, no revela a la primera su intención, se conforma a gusto con que el hombre inicie el ataque. Excesiva confianza pone en las gracias de su persona el mancebo que espera que la mujer se anticipe a su ruego. Es él quien ha de comenzar, quien ha de dirigirle la palabra, expresando estas tiernas solicitudes que ella acogerá con agrado. Para obtener su aquiescencia, ruega; es lo único que ella exige; declárale el principio y la causa de tu inclinación. Júpiter se mostraba siempre rendido con las antiguas heroínas, y con todo su poder no consiguió que ninguna se le ofreciese primero. Mas si ves que tus rendimientos sólo sirven para hincharla de orgullo, desiste de tu pretensión y vuelve atrás tus pasos. Muchas suspiran por el placer que huye, y aborrecen el que se las brinda; insta con menos fervor, y dejarás de parecerle inoportuno. No siempre han de delatar tus agasajos la esperanza del triunfo; en ocasiones conviene que el amor se insinúe disfrazado con el nombre de amistad. He visto más de una mujer intratable sucumbir a esta prueba, y al que antes era su amigo, convertirse al fin en su amante. 
Un cutis muy blanco no dice bien al marino, que lo debe tener tostado por las aguas salobres y los rayos del sol, y tampoco al labriego, que remueve la tierra sin descanso a la intemperie, con la reja o los pesados rastrillos; y sería vergonzoso que tu cuerpo resplandeciese de blancura persiguiendo con afán la corona del olivo. El amante ha de estar pálido, es el color que publica sus zozobras, y el que le cuadra, aunque muchos sean de diferente opinión. Con pálido rostro perseguía Orión por las selvas a Lirice, y pálido estaba Dafnis por los desvíos de una náyade cruel. Que la demacración pregone las angustias que sufres, y no repares en cubrir con el velo de los enfermos tus hermosos cabellos. Las cuitas, la pena que nace de un sentimiento profundo y las noches pasadas en vela aniquilan el cuerpo de las jóvenes; para lograr tu intento has de convertirte en un ser digno de lástima, tal que quien te vea, exclame al punto: "Está enamorado". 
¿Lamentaré la confusión que existe al apreciar lo justo y lo injusto, o más bien os lo aconsejaré? La amistad; la buena fe, son entre nosotros nombres sin sentido. ¡Qué dolor! Es peligroso ensalzar a la que amas delante de un amigo, pues como estime merecidas tus alabanzas, trataría de quítártelas. Mas Patroclo —dirás—no mancilló el lecho de Aquiles, y Fedra conservó su pudor al lado de Piritoo. Pílades amó castamente a Hermíone, como Febo a Palas. como los gemelos Cástor y Pólux a su hermana Helena. Si alguien espera hoy ejemplos semejantes, espere coger los frutos del tamariz y encontrar miel en la corriente de un río. Nos atrae con fuerza la culpa; cada cual atiende a sus placeres, y le resultan más intensos gozándolos a costa de un desdichado. iQué maldad! No es al enemigo al que debe tenerle miedo el amante; no debes fiarte de ese que consideras más fiel a ti y vivirás con seguridad; desconfía del pariente. del hermano y estimado amigo, porque todos te infundirán graves sospechas. 
Iba a terminar, pero como son tan diversos los temperamentos de la mujer, hay mil formas de dominarla. No todas las tierras producen los mismos frutos; la una conviene a las vides, la otra a los olivos, aquella de allí a los cereales. Nuestro ánima cambia tanto como los rasgos de nuestro rostro, y como Proteo, ya se transforma en un arroyo fugitivo, ya en un león, un árbol o un jabalí. Algunos peces se pescan con el dardo, otros con el anzuelo y muchos caen prisioneros en las redes que les tiende el pescador. Nunca uses las mismas prácticas con las mujeres de edades distintas: la cierva vieja distingue desde lejos los lazos que ofrecen peligro. Si pareces muy avispado a las noticias atrevido a las gazmoñas, unas y otras perderán la confianza en ti, intentando siempre defenderse. De ahí que la que tiene miedo de entregarse a un joven digno, tal vez caiga en brazos de un pelafustán.

He concluído una parte de mi trabajo, otra me queda por emprender; echemos aquí el áncora que sujete la nave.

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